30 de abril de 2012

17. Marzo

Bueno... aquí estoy... yo... mis lágrimas sobre el teclado y tú sigues ahí... impasible.
Una tarde de discoteca, yo aún no había superado lo del primer día del mismo mes, pero accedí. "Solo vamos a bailar, y si pillamos, mejor" decían mis amigas, ajenas a lo que yo, sola, estaba pasando.
Y allí estaba yo, entre la multitud de personas bajo la música comercial que me producía un horrible dolor de cabeza. "Quiero irme a casa" os dije, una y otra vez, pero pensabais que estaba mejor allí, con vosotras.
Tu mirada y la mía se cruzaron. Y así, sin que me diese cuenta, te acercaste poco a poco a mí, por detrás, moviendo las caderas al compás de la música. Y los dos, cuerpo a cuerpo, bailando, yo perdida en tu mirada, profunda como el mar, pero a la vez misteriosa. Tu sonrisa picarona me invitaba a probar esos labios tuyos. Acepté, y me adentre en un mundo de sensaciones, solo tu y yo, bajo las luces de colores de aquella discoteca ese 17 de marzo. En ese momento en el que tu mano recorría mi espalda y me apretaba contra tu pecho, pensé que la tontería de liarme con uno en una discoteca y nada más no iba a ser posible. Escuchaba mi nombre, mis amigas llamándome, pero absorta en tus labios no les presté atención. Hasta que me separaron de ti, de esos labios perfectos y de ese movimiento de cadera, irresistible.
Ya no volví a verte en toda la tarde. Cuando ya me iba, un tirón de brazo hizo que tus labios y los míos volviesen a encontrarse.
Y a partir de ahí una nueva historia empezó, que me llevaría a locura.
Como todo, muy bonito al principio, y ya casi llegamos al final. Y no precisamente porque yo quiera.



No hay comentarios:

Publicar un comentario